En una de las imágenes más memorables de Mis almuerzos con Orson Welles, el actor, director y dramaturgo Henry Jaglom aborda al mítico cineasta para preguntarle con una curiosidad infantil sobre Charles Chaplin.
HJ: Orson, hablando de humoristas, me muero por saber qué opinas de Charlie Chaplin. Es mi héroe de la infancia, y sigo adorando sus películas. ¿Sabes si ideaba los gags con antelación? ¿O sobre todo improvisaba?
OW: No, no improvisaba mucho, pero no era quién pensaba los gags. Tenía seis guionistas.
HJ: ¿Caplin tenía seis guionistas?
OW: Sí, claro.
Welles, agudo como pocos, refrendó su teoría con un anécdota sobre la visita de los escritores Rebecca West, Aldous Huxley y H.G. Wells al rodaje de Luces de la Ciudad, una de las mejores películas de Chaplin. Resulta que ante la presencia de toda esa gente ilustre dentro de la creación literaria, Chaplin no toleró la intromisión de uno de sus guionistas por temor a que se pensará que él no era el verdadero genio detrás de su obra. Después de un ir y venir acalorado, Jaglon concluyó que el hecho de que Chaplin tuviera guionistas no menoscaba su grandeza.
Esto me llevó a pensar en la cantidad de jugadores en la NFL que están a un buen guionista de convertirse en estrellas, en cómo nos empeñamos en separar el contexto del que emergen de sus posibilidades de éxito o fracaso y, sobre todo, en la obsesión que tenemos por fiscalizar legados. La semana pasada hablé sobre Tua Tagovaliloa y lo cerca que estuvo de no ser un jugador valido para la NFL bajo el rígido y monocromático sistema ofensivo de Chan Gailey. Algo similar ocurre con Mac Jones, quien durante tres temporadas en la liga ha visto desfilar tres coordinadores ofensivos distintos, tres libros de jugadas en desarrollo y tres elencos ofensivos muy mejorables. Bajo este escenario, ¿estamos listos para decir que Mac Jones no sirve para la NFL?
El otro punto que surge de ahí es el siguiente: incluso en el contexto menos favorable posible, hay jugadores lo suficientemente buenos para imponerse a eso. La cuestión es que no podemos exigir que todos tengan ese atributo, puesto que se trata de un atributo que separa a las leyendas del resto. ¿No estar dotados de ese atributo los convierte, de facto, en malos jugadores? No necesariamente. ¿Se pueden extraer lecturas individuales de jugadores en contextos caóticos? Sí, sobre todo lecturas intangibles. Es decir, tú puedes entender que Mac Jones no fluya de la mejor manera en el sistema ofensivo de los Patriots por todo lo que ya se ha comentado, pero sí se pueden extraer lecciones sobre cómo se desarrolla en un ambiente adverso y la manera en que busca alternativas para sobreponerse a ese ambiente adverso.
Aunque ya casi nadie habla al respecto, el Josh Allen de hoy no se explicaría sin Brian Daboll. Ahora bien, eso no le resta ningún mérito a Allen, cuyo talento le tenía destinado un lugar privilegiado en el juego, pero asusta el solo hecho de pensar de lo que hubiera sido el primer tramo de su carrera NFL de no haber coincido con Daboll. Esto lo sabe mejor que nadie Geno Smith, por ejemplo, quien pasó de ser un potencial journeyman en la NFL, en el mejor de los casos, a ganarse el respeto de la liga en Seattle, siete años después de haber sido drafteado por los Jets.
Pensemos que no todos los quarterbacks son bendecidos con un playcalling generoso y creativo ni tienen la posibilidad de llegar a operar ofensivas diseñadas al milímetro por genios obsesivos como Kyle Shanahan, Andy Reid o Mike McDaniel. ¿Hubiese sido posible imaginar a Brock Purdy tomando el testigo como backup de Lamar Jackson con Greg Roman como coordinador ofensivo de los Ravens? No todos los jugadores defensivos tienen la oportunidad de ser revalorizados bajo un esquema defensivo como el de Jim Schwartz en Cleveland. Ni todos los cornerbacks tienen al alcance de su mano la fortuna de aprender a leer e interpretar el juego de una manera distinta con Bill Belichick. Pero tampoco podemos obviar que muchos jugadores no alcanzaron las cuotas de grandeza que otro sí alcanzaron incluso teniendo el mejor contexto posible. Alex Smith jugó su futbol americano más sólido con los Chiefs, tras haber coincidido con Andy Reid, pero no provocó los fuegos pirotécnicos que sí provocó Patrick Mahomes. Por otro lado, ¿por qué los Bears eligieron a Mitchell Trubisky con el segundo pick global el draft de 2017 y no a Mahomes? Por muchos motivos; entre ellos que Mahomes no se vislumbraba, ni por asomo, como el quarterback que tiranizaría la NFL. Para convertirse en eso debió pasar todo un año aprendiendo y asimilando desde las laterales el sistema de los Chiefs, que, de entrada, era absurdamente compatible con lo que él había podido absorber de la ofensiva Air Raid con Texas Tech.
Trey Lance, pese a la insistencia, nunca probó estar a la altura de las expectativas que tenían Kyle Shanahan y John Lynch, siendo, con casi plena certeza, un mejor proyecto de jugador que Jimmy Garoppolo, Brock Purdy y Sam Darnold. Ni siquiera proporcionando todo tipo de herramientas, bajo el mejor contexto de desarrollo posible, tienes garantías de que un jugador alcanza su pico de rendimiento. En ello influyen las lesiones y aspectos intangibles, que van desde lo psicológico hasta lo emocional. Lo cierto es que el trabajo de los entrenadores en jefe y los gerentes generales en la NFL es reducir esa posibilidad de colapso a partir de dos cosas: rodear a sus jugadores de la mejor manera posible y otorgarles las suficientes herramientas para que alcancen su techo.
Con esto no quiero decir que haya que huir del incomparable Orson Welles, todo lo contrario: hay que ver El ciudadano Kane las veces que sean necesarias y reconocer, al mismo tiempo, que Charles Chaplin no hubiera sido lo que fue sin un talentoso grupo de guionistas soportándolo y que su genio creativo e interpretativo no tuvo semejanza. En el cine, las artes y, por qué no decirlo, en el futbol americano, hay espacio para muchas verdades dentro de una sola narrativa.