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Green Bay: un equipo, una ciudad

No existe Green Bay sin los Packers. Podrá sonar como una aseveración bastante radical, pero es cierto. De igual manera, los Packers no serían lo que son ni tendrían el halo de misticismo que orbita alrededor de ellos si no fuesen de Green Bay, Wisconsin. Ambos se componen; se retroalimentan. Green Bay, de poco más de cien mil habitantes —para dimensionar: poco más que un Estadio Azteca repleto—, es la ciudad más pequeña en albergar un equipo profesional de las tres grandes ligas del deporte norteamericano —NBA, NFL y MLB—. El equipo, encima, es el único que pertenece a sus socios. Lambeau Field es algo así como la tierra prometida para quien entiende el deporte como un pretexto para gestar una identidad y su contexto como argumento irremediable para explicarla.

Lambeau Field hoy se erige en Lombardi Avenue. Lambeau y Lombardi: quizá los dos apellidos fundamentales para explicar la historia del fútbol americano. Earl Lambeau fue el gran terco que solicitó fondos a la empresa donde trabajaba, la Indian Packing Company, para que él y un grupo de amigos pudiesen equiparse y practicar el entonces incipiente deporte de las tacleadas. Era 1919. La empresa, contra todo pronóstico, aceptó con una sola condición: que el equipo, representante de una ciudad tan pequeña, llevase el nombre de la empresa consigo. Nacieron, entonces, los Green Bay Packers. Años después, profesionalizado el deporte, la organización convenció al entonces coordinador ofensivo de los New York Giants, Vince Lombardi, de firmar como entrenador en jefe. El resto es historia.

A general view of the exterior of the Lambeau Field during a week 3 NFL football game between the Philadelphia Eagles against the Green Bay Packers in Green Bay, Wisconsin on September 17, 2000. The Packers defeated the Eagles 6-3.   (AP Photo/Scott Boehm)

Todos los rivales nos juegan como si no hubiese un mañana, dijo en su momento Aaron Rodgers; esto ocurre por dos razones fundamentales: o visitas Lambeau Field y quieres ganar allí, o simplemente estás siendo anfitrión de los malditos Green Bay Packers. La sentencia de Rodgers puede resultar polémica o pecar de cierta altivez, pero no deja de ser cierta. Lambeau es, finalmente, el estadio más visitado por aficionados neutrales. Todos, seamos o no de los Packers, queremos conocerlo.

Green Bay encuentra en el turismo un foco fundamental de sustento: existen cualquier cantidad de visitas guiadas por diversos puntos de la ciudad que remiten, en mayor o menor medida, a los Packers. El puerto de la ciudad representa uno de los puntos principales del río Michigan, que ocupa la bahía de Green Bay y toca tierra en otras urbes como Milwaukee y Chicago. Es precisamente con esta última con quien los Packers -y, por extensión, los ciudadanos de Green Bay- han protagonizado una rivalidad que ha escrito varios capítulos a lo largo de la historia de la NFL. La rivalidad tiene más de un siglo de vida (el primer encontronazo data de 1921) y halló en los noventa su punto álgido: los Packers de Brett Favre se enfrentaron en diversas ocasiones a unos Bears cuya defensiva había alcanzado en los ochenta el estatus de leyenda. Las aguas del río Michigan se hallaban, nunca mejor dicho, entre dos tierras que se querían bastante poco. Chicago, a la larga, se ha erigido como una de las ciudades más relevantes culturalmente del país y uno de los focos industriales de Norteamérica, mientras que Green Bay, condenada a ser un puerto pequeño, se ha mantenido como una ciudad de corte mucho más obrero. La NFL se convierte, por ende, en la gran vía para mirar a la cara —y derrotar— a las ciudades protagonistas del panorama.

Los Packers cohabitan la NFC North junto a los mencionados Bears, los Detroit Lions y los Minnesota Vikings. La rivalidad es permanente entre todos ellos: no hay cariño para nadie. Tanto Chicago como Detroit y Minnesota han sido ciudades que, en contraparte, han encontrado relato y construcción identitaria a partir de la música y el cine: es inevitable hallar un nexo entre la Purple Rain de Prince y el color del uniforme de los Vikings, o el fervor que artistas como Jack White y Eminem sienten y pregonan por sus Lions. Los Packers, por otro lado, parecieran destinados a ser un fenómeno local. El deporte, sin embargo, tan democrático e irrespetuoso de fronteras, ha convertido al equipo de una localidad pequeña en uno de los más queridos en toda la nación.

Los Packers no pueden no ser de Green Bay y Green Bay no puede existir sin los Packers. Los aficionados, sin embargo, son y pueden existir en todas partes.