La designación del cantante puertorriqueño Bad Bunny como responsable del show de medio tiempo del Super Bowl LX polarizó el debate en torno a lo que debería representar, o no, la cultura NFL.
Para muchos, el hecho de que un cantante de trap se apropie de uno de los momentos cumbres de la cultura pop estadounidense, supone una afrenta. Para otros, una posible reivindicación social en tiempos de deportaciones masivas y criminalización de migrantes latinoamericanos.
Otros tantos arguyen que el trap latino contraviene el tipo de música "que le gusta a los aficionados NFL", como si la "afición NFL" fuera una masa homogénea que responde a atributos y valores culturales perfectamente clasificables.
Bad Bunny hoy es más un artista pop industrial que un activista, a pesar de que muchos han internado endilgarle la capa de justiciero social. Lo cual, pese a los múltiples intentos intentos por vulgarizar la música latina y despojarla de una plataforma autoral, lo hermana con Michael Jackson o Aerosmith, quienes, en su momento, también fueron artistas pop industriales.
Quizá, el debate fundamental resida en cómo va evolucionando el concepto de música pop, y no tanto en si antes eran más o menos válida la música que se escuchaba en los bares.
La NFL, en realidad, nunca firmó un pacto de sangre con el rock, el glam o el hip hop. La experiencia en un estadio en Nashville siempre ha sido completamente distinta a la de un estadio en el sur de California. Como también ha sido completamente distinta la experiencia, históricamente, del Lambeau Field a la del Hard Rock Stadium.
Nadie puede reprocharle a una liga en franco proceso de globalización recurrir al artista más escuchado del momento para explorar nuevas audiencias y atraer nuevas bases de fanáticos en su evento estelar. Ni para satisfacer a un buen porcentaje de su núcleo duro de fanáticos que, para sorpresa de los guardianes de la tradición NFL, son capaces de escuchar en armonía a Iron Maiden, The Killers, Ariana Grande, Dua Lipa, Oasis, Bad Bunny y, en momentos de absoluta intimidad, Luis Miguel.
Debió ser realmente hermoso cuando, en 1972, en el Super Bowl celebrado en Nueva Orleans, la meca del jazz, Ella Fitzgerald interpretó como homenaje "Mack The Knife", una oda a un ladronzuelo de los bajos fondos londinenses que formó parte del repertorio del mítico trompetista y cantante Louis Armstrong, héroe local. Pero, por suerte y por desgracia, la Nueva Orleans de hoy cada vez se parece menos a la que acunó a Armstrong. Como tampoco tiene mucho que ver la bahía californiana que recibirá a Bad Bunny, el próximo domingo 8 de febrero, con la que vio emerger a Metallica para abanderar la entronización del trash metal a principios de los años ochenta del siglo pasado.